sábado, 8 de noviembre de 2008

Abzurdah

Acabo de terminar de leerlo. Abzurdah es su título, Cielo Latini, argentina, su autora. Es una historia desgarradora que no deja indiferente, lo que incluye que llores, no por lo que vivió sino por todo lo que te pone en pie dentro de tu cabeza, porque al leerla te encuentras con palabras que has pensado o te dices en voz baja cuando no puedes más.
Os dejo unos fragmentos más abajo. El libro se ha editado ya en España (ya era hora!), como podéis ver en su página: Abzurdah.

Ayer, cuando empecé a leerlo, escribí esto:
Su sinceridad parece atroz, sin embargo, sus cambios de pensamiento y de personalidad que tanto me recuerdan a mí, son algo con lo que no me gustaría que contara un amig@ mí@.


Ahora que lo he acabado, entiendo que la persona que escribió aquello seguirá estando dentro de su persona, pero que la madurez le habrán hecho quererse y pulir muchas cosas desde el punto de vista psicológico.

No puedo aconsejar su lectura a todo el mundo: hay partes terribles, muy fuertes. Y estoy segura que, de haberlo leído más lentamente (tardé sólo dos días, la vez que más compulsivamente leí), habría tenido un bajón por ciertas cosas que cuenta. Ahora estoy como en un tente-en-pie, un subibaja, una balanza que se menea buscando el punto medio. Aún así, necesito traeros aquí algunas partes.
Que cada un@ se sienta libre para leerlos, comprarse el libro o no hacerlo nunca.

Fragmentos de Abzurdah:

Es sabido que cuando uno siente que las cosas no pueden ser mejor o que por lo menos está viviendo un estúpido y frágil equilibrio vital, las mismas tienden a desmoronarse casi instantáneamente. Es así, una regla vital, una estúpida consecuencia de la conciencia. Porque quizás uno al pensarlo se está llenando de miedo la vida y se está abriendo al mismo tiempo a las malas vibras. Tengo la alucinación de que cuando uno es ignorante de su propia felicidad puede conservarla mucho más tiempo y en mejor estado.
Siempre tuve ese rollo, esa obsesión: escribir. Escribir cualquier cosa que me venía en mente, las cosas que me estaban pasando. O simplemente frases exterminadoras: “me cansé de este colegio”, “tal cosa me tiene harta”, “amo tal otra”, bla, bla. El papel es prudente. El papel no te es infiel, no te caga, te deja ser. No te pone cara de circunstancia
(...).
Supongo que por eso siempre me aislé de esa manera: nunca tuve la necesidad de comunicarme, porque ya lo estaba haciendo. Escribir es comunicar, aunque mis escritos siempre terminaban escondidos
(...)
Decidí que mis amistades mayoritariamente iban a ser por conveniencia. Que necesitaba rodearme de gente que me servía para tal o cuál empresa y que si alguien no me era útil directamente pasaba a ser un estorbo. Así, quien no me sirviera sería desechado. Suena bastante práctico, frío y calculador. Y es que así quería ser yo, después de tantos colegios y decepciones. Me jactaba de mis decisiones y a quién me preguntaba le contestaba que me juntaba con esta o con aquella solamente porque las necesitaba. Pero era ficción, pura mentira. Soy la persona más apegada a los afectos que conozco. Necesito de amigas, de familia, de amores, de mascotas, necesito todo eso; a las personas que me recuerdan quién soy.
(...)
Un clavo oxida otro clavo
(título de un capítulo)
Es grandioso cómo a través de los años las personas utilizan las mismas palabras pero para expresar significados completamente opuestos
(...)
Siempre me la agarré con mi cuerpo para mostrarle a la gente lo que pensaba, lo que sentía o lo que no me animaba a decir (así también como lo que decía sin ser escuchada).
(...)
En alguna de mis peores épocas llegué a inventar conversaciones para no sentirme sola.
(...)
Los cambios de planes no son aceptables en mi vida. Si vamos a hacer tal cosa, la hacemos. No hay porqué arrepentirse, no hay porqué cambiar los planes, nada es justificable.
(...)
Generalmente cuando me despierto, no recuerdo por qué lloré tanto (desdoblamiento) y cuando logro saber porqué, aún no lo entiendo. No puedo ponerme en mis propios zapatos. Como si esa noche de sueños rotos me hubiera borrado todo registro de empatía conmigo misma. Al despertar la pena aparece reducida y hasta minimizada. Reducida a un montón de neuronas de más que hicieron mala sinapsis. (...) Mi psicólogo más tarde me obligó a no desentenderme de mi pena: “y vas a venir, aunque supongas que es algo resuelto. Con vos es siempre lo mismo. A un momento estás muriendo y al día siguiente, como lograste taparlo (ahogarlo, al sentimiento de muerte súbita), hacés como si nada hubiera ocurrido, olvidando el asunto por completo”.Néstor, tenés razón. Siempre ahogo mis sensaciones, mis deseos, mis sentimientos, mis miserias y alegrías. Lo suprimo todo, eternamente, porque a tiempos es menos doloroso dejar de sentir.
Cuando dejo de sentir empiezo a pensar. Me hago preguntas racionales y me contesto sin mayores problemas. Y la vida es así: fácil, cerebral. Tengo, es cierto, varias personalidades y para cada una de ellas un grupo de amigos diferente. Me cuesta mezclar amigas. A tiempos, soy muchas personas que difieren entre sí: tienen distintas personalidades y las motivan incomparables cosas. Por duro que suene, sé que es así. (...) Soy lo que el ambiente quiere que sea, lo que las situaciones me indican que es mejor ser. Que es más conveniente ser. (...) ¿Cómo puedo entenderlos a los dos al mismo tiempo? De la misma manera como amo y odio a alguien. Así, sin explicaciones. Me amoldo. No es que no tenga opiniones formadas. No creo que sea eso.
(...)
Nos llevamos muy bien: cuando empieza la semana nos escribimos a ver quién empezó más hobbies y cuánto tardó en dejarlos. Él se compró una bicicleta y la dejó tirada, sin usar. Siempre hacemos esas cosas. Nos emocionamos tanto con algunas actividades que en nuestra cabeza son fantásticas, tanto, que cuando las llevamos al plano de lo real nos parecen desconcertantemente aburridas. Y siempre es lo mismo. También nos aburren las personas. Yo no puedo estar con alguien más de un día, la gente me aburre. Después de ese tiempo prudencial necesito estar sola, estar en mi cama sola, estar en el baño sola o simplemente mirando televisión. La compañía muchas veces se convierte en estorbo con el correr de las horas. Es decir, no soy antisocial, no quiero sonar a cuarentona soltera, pero es cierto que necesito de mi privacidad y que me molesta que la gente no sepa cuándo retirarse. Ojalá alguien alguna vez inventara un interruptor que les avise a las personas cuándo es el momento exacto en que empiezan a ser un estorbo.
No sé a qué viene esto. Siempre me voy por las ramas. (...)
Ah, mis personalidades. Supongo que nacieron en mi necesidad de agradarle al mundo entero. Toda la vida me sentí marginada o por gorda o por antisocial o porque me gustaban los libros en lugar de los power rangers, no lo sé. Simplemente me sentía aislada. Y en mi necesidad de no aislarme creé personalidades acorde a cada grupo de amigos que me hacía. Creo que todos somos un poco así: no nos comportamos igual con nuestra familia que con nuestros amigos, o nuestros profesores o por teléfono o por email o vaya a saber qué otra situación. No puedo hablarle a mi familia de la misma manera que a mis amigos, ni puedo a un novio explicarle chistes que hago con mi familia y en el trabajo tenemos que dar otra imagen. Todo el mundo se la pasa inventando personajes, el problema es que me los tomo en serio y me sirven.
(...)
Porque nunca lo que yo quiero se hace realidad, nunca. Porque mi imaginación siempre es má grandiosa y más potente y mucho más placentera que la realidad. Ojalá fuera autista, ojalá viviese adentro de mi mente. Quisiera dormir para siempre.
(...)
No puedo tomarme la vida menos en serio, como me dijo un médico. “Cielo, tenés que tomarte la vida menos en serio”- contestó cuando le pregunté por qué tenía semejante dolor de cabeza y estómago. Somatizo, es lo que hago para defenderme. Me enojo con mi cuerpo y él es mi estatuilla de arena moldeable para hacer lo que sienta en el momento que quiera. Pobre de mi cuerpo. Pobre de mí.
(...)
Porque sí, sabemos que tengo un tema con el abandono (y que probablemente se deba a algún desvarío de mi infancia) pero si hay algo que me cuesta más que el abandono es el reemplazo. Palabra fuerte, si las hay. Ser abandonado es desprenderse de un lazo, desajustarse el cinturón: sentirse inseguro. Cuando alguien me abandona me siento huérfana, perdida, sin tierra.
(...)
Así, terminaba riéndome yo también, sin sospechar que el que ríe al último ríe peor.
(...)
Pero en el momento cuando me quedaba sola, la realidad me abofeteaba como suele hacerlo
(...)
Así, empecé a comer cantidades estrafalarias que nunca en mi vida había pensado en digerir: era divertido saber que en caso de sentirme mal (o en cualquier caso) podía retirar la maldita comida de mi sistema. Era inmune a todo, nada me afectaba.
(...)Empecé a negarme la comida porque me daba mucha pereza ir a vomitar, así que en principio decidí no comer hasta que tuviera muchísimo hambre e incluso más ganas de vomitar que de comer.
(...)
Siento que la bulimia me consume, siento que es más que la comida lo que abandona mi cuerpo cada vez que vomito. Estoy vomitando pedazos de alma.
(...)
¿Importa saber cuál es el límite? Yo no lo reconozco, pero mi mente hace un “clic” que indica peligro: “o paras ahora o el suicidio es inminente”. Y ese clic es orgánico, yo no lo elijo; lo hace mi cuerpo por instinto (de conservación, claro).
(...)
Tomaba agua como si aquello fuese a calentarme el alma o a reactivar mis neuronas: era la persona más hidratada y descerebrada que había conocido jamás. Y no digo descerebrada de forma despectiva: quiero decir que cuando estás muriendo de hambre (y no es una metáfora) el cerebro no funciona correctamente. La sangre irrigada se destina a los órganos que la necesitan vital y prioritariamente: como mi corazón tenía que seguir latiendo, la sangre que antes corría en mi cerebro, ahora se focalizaba en mi corazón, lo cual me dejaba tonta y con arritmia.
(...)
Mi imagen personal estaba cambiando asimismo estaba cambiando lo que transmitía al resto de los mortales (porque en el fondo yo sabía de mi mortalidad). Cielo dulce y espontánea estaba muriendo y en cambio una escultura de hielo daba directivas y mutaba de escultura a rama caduca de un ex árbol frondoso. Me estaba consumiendo, lo sabía y no podía dejar de disfrutarlo. Si no me amaba entonces iba a morirme: y me iba a morir hermosa, inteligente y con el cuerpo perfecto. La perfección era mi fin y en mi enfermedad la entendía como alcanzable;
(...)
Seguí concurriendo a la universidad y de pronto me volví más exigente que nunca: necesitaba ser la mejor aunque lejos estaba de serlo (la falta de comida provocaba que me quedase dormida en cualquier lado). Mis amigas empezaron a sospechar cuando reiteradamente les decía que había comido “¡muchísimo!” y que estaba satisfecha cuando al mismo tiempo estaba blanca como una nube y lucía ojeras del color del carbón. Cuando uno es anoréxico piensa que es inteligente y que los demás son todos tontos, o despistados, o que no se interesan por uno y por eso se presupone que cualquier tonta excusa es válida.
Lo que uno no sabe es que los diagnósticos están hechos porque hay comportamientos que se repiten, porque la enfermedad no es única (aunque creas que como te tocó a vos no le va a tocar a nadie). Son comportamientos seriados, no le pasa a cientos de chicos y chicas, les pasa a miles en todo el mundo. De todas maneras te sabés (sí, ¡¡sabés!!) la persona más inteligente jamás nacida y con tanto ego como para darle clases de filosofía a Sartre. Así me sentía, así lo recuerdo.
(...)
Si los maniquíes de hoy en día fueran mujeres reales, no tendrían menstruación.
(...)
Entiendo su enojo porque fui consciente de lo poco que comí, pero tampoco creo que la comida sea la base del bienestar humano. Es decir ¿nadie entiende que así yo me siento bien? Bueno, la respuesta es no: nadie lo entiende. Yo creía en ese momento, y sigo creyendo fervientemente, que lo importante es el bienestar del alma, del ser humano como conjunto. A algunas personas solamente les interesaba verme comer, aun sabiendo que aquello me ponía de pésimo humor, me hacía sentir obesa y sumamente infeliz. Si él hubiera querido lo mejor para mí no habríamos tenido una discusión aquella noche en el restaurante.
(...)
Cuando sos anoréxica, bulímica y te rehusas a buscar ayuda porque crees que te las sabés todas, empezá a buscar una lápida que te guste porque estás cerca de la muerte.
(...)
Mi error fue ese: creer que las cosas eran perfectas. Siempre tuve por seguro que mi familia era la familia perfecta, que mis padres eran los mejores, los más dedicados; que mis hermanos y yo éramos perfectos. Nada más lejos de la realidad,
(...)
María dice:
No es lo que vos querés, es lo que queremos y debemos hacer. Estoy preocupada y pensando en cómo llegaste a estar así...
Lagrima dice:
Fue progresivo, supongo. Pero el día que me enteré que habían llamado a mis viejos se me dio vuelta la cabeza.
(...)
Entiendo a mis padres ahora que lo veo desde lejos. Estaba completamente loca, desquiciada y pensaba que ellos eran la causa de todos mis males. No podía hacer otra cosa: quería morirme más que nada en el mundo; quería desaparecer y dejar de ser una molestia y un mal recuerdo para todos.
(...)
No estaba luchando en contra de nadie más que de mí misma. Estaba pendiendo entre la vida y la muerte, esperando sin esperanzas que apareciese un signo, una persona, un gesto, un abrazo, una palabra que me salvase de mi muerte inminente. Y la nada misma. Nada.
(...)
Trastorno de personalidad fronteriza, ese fue el primer diagnóstico de mi psicólogo (enfermedad más conocida por su nombre en inglés “Borderline”). Según me explicó Néstor, es una finísima línea entre la neurosis y la psicosis. Después me interesé en el tema (siempre quise saber quién soy, por qué y qué me pasa) y averigüé algunos otros datos que me describían detalladamente y sin errores.

Leí que los borderline nacen con una tendencia biológica innata a reaccionar más intensamente a niveles bajos de estrés y a tardar más en recuperarse. Que son criados en ambientes en los cuales sus creencias sobre sí mismos son continuamente devaluadas o invalidadas y que estos factores combinados crean adultos que no saben cuáles son sus propios sentimientos y por eso corren de un extremo a otro.
Se les hace difícil decidir quiénes son. Eso es exactamente lo que me sucede: no sé bien qué me gusta, cuál es mi color o comida preferidos, qué asiento prefiero en el avión, qué cosas me molestan, cuales me dan placer. Me cuesta muchísimo describirme sin estar mintiendo acerca de mi misma. No puedo describirme porque no sé quién soy.

Tengo problemas de constancia con la gente: cada acción, cada palabra, los tomo como si no tuvieran un contexto, como si no pendieran de algo más. Y el insoportable sentimiento de sentir que está “todo bien” o “todo mal”. Conmigo no hay medias tintas, con los border no hay grises. Lo pavoroso es que lo que en este momento está bien en cinco minutos puede terminar siendo lo peor que me sucedió en la vida. (...)
No es fácil de entender lo que un borderline es capaz de hacer por conseguir sus metas. Es difícil explicar la depresión como un estado constante. Nada me hacía feliz, con nada sonreía. Todo lo hacía amargamente casi en un estado de inercia. Vivía, sí, pero no sabía por qué. ¿Por qué estaba viva? Eso me preguntaba cada noche antes de llorar y antes de dormir.
(...)
Hay una diferencia abismal entre querer morir y no querer vivir de determinada manera. Yo no quería seguir viviendo como hasta ese momento, pero decididamente no hice buenas elecciones y me encaminé hacia el oscuro pantano que tenía como única salida una muerte escabrosa.
(...)
Cuando abandonamos el edificio mi papá y el señor de la inmobiliaria arreglaron una fecha para firmar los papeles y darme las llaves. Quería gritar: ¡mamá! ¡papá! ¡no quiero mudarme! ¡Quiero vivir para siempre con ustedes! ¡Nunca me dejen! No podía hacerlo, mis padres estaban cumpliendo mi voluntad y no iba a dejar pasar la única oportunidad que creía tener para salvarme. Iba a vivir sola a mi manera, no había escapatoria. Camino a casa pensaba en los malos ratos que me habían hecho pasar y quería convencerme de que estaba haciendo lo mejor para mí. “Voy a poder estudiar tranquila, voy a aprender a manejarme sola, voy a cocinar (¿a cocinar?), a limpiar, a ordenar, a hacerme la cama. Tengo que vivir sola, no puedo quedarme en casa de mis padres”. Mamá, no quiero vivir sola. No quiero. No me dejes.
(...)
Creo que todavía no estoy abstraída totalmente como para contarlo así, con aires desentendidos, pero al menos voy a intentarlo. No comer genera desgano, genera enemistades inexistentes, hace que quienes te aman muten en enemigos mortales. Hace que quieras huir de tu casa, de tu cuerpo, de tu cabeza: todo te agota, te hace sentir un cadáver odioso al que todos temen acercarse. Muchos porque no saben qué esperar de vos y otros tantos porque tienen miedo de que te mueras si te hablan. Yo me estaba muriendo aunque la gente no se me acercaba. No comer, además, vuelve el alimento un enemigo íntimo: “lo que me alimenta me destruye” solía decir. Es una frase conocida dentro del ambiente pro-anorexia “Quod me nutrit me destruit”. Aquella cita podía ser aplicada en muchos sentidos y de diferentes maneras en mi vida.
(...)
Siempre tuve miedo a escondidas. Miedo de mí, de por fin terminar comiéndome.
(...)
Me costaba dormir: la falta de alimento me ofrecía un insomnio imposible de rechazar, así solía quedarme despierta hasta las dos de la mañana habiéndome acostado a las once de la noche. Eran horas insoportables donde no hacía más que tocarme los huesos y repetirme que “es el precio que hay que pagar por ser perfecta”. Mentira, no era ningún precio, no estaba llegando a la perfección, me estaba hundiendo cada día más y más profundo. Pronto iba a llegar al límite donde no había nada más debajo mío y ese día iba a ser el fin.
(...)
Me había convertido en lo que siempre había detestado: una fanática religiosa. Siempre me creí atea y sin embargo me había creado mi propia diosa [Ana], con particulares ofrendas y sacrificios que estaba dispuesta a entregar a cambio de la muerte, o de su bendición. Una bendición inexistente, que solo yo podía darme. Nadie iba a salvarme, nadie podía. Era demasiado tarde para buscar ayuda.
(...)
Alejandro desapareció: los hombres saben cómo solucionar los problemas de sus parejas, lo hacen huyendo. Ojalá algún día encuentre a un hombre que no sea un cobarde, que se comprometa conmigo y con mi historia. Que no tema a lo que soy, a lo que fui y ya no soy y a lo que posiblemente pueda llegar a ser. Pero no: todos ellos huyen, porque es más fácil desaparecer que hacerse cargo o tomar posición en una situación dolorosa. Nadie sabe enfrentar el dolor. ¿Cómo podía explicarle a Alejandro que mi deseo no era pesar cinco kilos? Yo quería desaparecer del todo. Un día dormirme y jamás despertarme. Quería una muerte silenciosa, una muerte que le quedase grabada para siempre en la consciencia, en el inconsciente y en todas partes de su cuerpo como una viruela mal curada. Quería que mis manchas se mudaran para siempre a su consciencia, que le quede en la cabeza una sola frase resonando como eco: “no quise ayudarla”, “no quise ayudarla”, “no quise ayudarla”. Y sin embargo, en su mediocridad, él creía que era acerca de la comida, que mi temor era ser gorda. No, Ale. Mi temor es estar viva para siempre, mi pavor más profundo es mi imaginación: verme de vieja, seguir viva, seguir sufriendo por siempre. Quiero morirme, reencontrarme con Ursula. Quiero que me ames, también. Y que me salves.
(...)
Quiero dejar de ser la mujer que tuvo un pasado oscuro, quiero ser la del futuro prometedor, la que sonría sin tener que esforzarse, que no está bien porque toma antidepresivos. Necesito saber, necesito tener garantías de que en algún momento voy a ser feliz con continuidad; que mis desvariaciones van a acabar en algún momento, en algún futuro cercano. Quiero dejar de ser inconstante y absurda y quiero por fin poder tomar una decisión que dure más de cinco minutos. Quiero ser fuerte. Quiero tantas cosas… y aquello es un signo de fortaleza, de crecimiento. Antes no quería nada, no quería, no. era la negación en persona, era la nada misma: nada de comida, nada de deseos, nada de nada. Solo la acuciante necesidad de dejar de existir, de ser nada.
Cuando volvemos al pasado, cuando sobrevolamos las penas es importante tener una referencia de realidad. A mí, esa referencia no me está funcionando, a ratos la pierdo y me pierdo. En mi caso, no estoy sobrevolando las penas: estoy penetrándolas con fuerza (o ellas a mí, en todo caso), inspeccionando cada una de ellas, revisando los ecos archivados, recordándolos, escuchándolos una vez más. Cada eco desintegra algo de mi entereza, de aquella que supe construir estos años; cada línea de este texto, que pretendía fortalecerme, está haciendo más y más vulnerable a las haches, a los ataques desprevenidos del pasado. Muchas veces tengo miedo de hundirme en una dimensión desconocida, aquella entre lo absurdo y lo real, entre mi libro y mi vida. Es un tema que me ocupó varias sesiones con mi psicólogo. Suelo perderme, suelo no tener referencias. No sé si soy Abzurdah o Cielo, no sé qué me pasa, qué día es ni dónde estoy. El proceso de escritura nos aísla: debemos concentrarnos y “vivir” en un mundo diferente del resto. Entramos en contacto, en mi caso, con personajes del pasado, con vivencias, recuerdos, archivos en la mente y nos olvidamos de qué día es o sobre qué estamos escribiendo.
(...)
No quiero estar sola mientras termino este texto, tengo mucho miedo de perderme y no saber cuál de mis versiones soy. Estas noches suelo ir al cine demasiado a menudo y excesivamente sola. No porque no disfrute de la compañía sino porque no encuentro con quién compartir lo que me pasa. ¿Cómo puedo explicarle a alguien que dejo de escribir y no me acuerdo de quién soy? Nadie en mi círculo social puede entenderlo, es decir, nadie puede entender acabadamente el sentido de no saber quién soy.
(...)
Me llena de impotencia y dolor escuchar frases que se repiten. Que algunas de las cosas que me llenan de ilusiones sean las mismas que me desalientan. Que una persona pueda seguirme causando rechazo y amor al mismo tiempo. Que pueda seguir amando y odiando con similar intensidad a la misma persona.
(...)
El acto de mutilación puede ayudar a una persona a liberarse de un sentimiento intenso de rabia, tristeza, soledad, vergüenza, culpa y/o dolor emocional. Mucha gente qus se corta lo hace como un intento de liberar aquellas emociones que están sintiendo y sin embargo no pueden expresar. Yo particularmente me sentina tan muerta que ver salir la sangre me ayudaba a darme cuenta de que realmente estaba viva. (...)
¿Por qué una persona querría lastimarse a sí misma? ¿Por qué una persona querría dejar de comer? Son las mismas preguntas de siempre. Hay muchas maneras de abusar de uno mismo y la anorexia también es una de ellas. Las personas encuentran en el auto-abuso una paz que ninguna otra cosa les da. Les permite aliviar los sentimientos y emociones e incluso huir de ellos. Si los individuos sienten odio contra si mismos la cortarse sería la manera de sacar todo ese odio de adentro. Quizás se digan a si mismos que son feos, que son inútiles, que nadie los quiere. El dolor que nos pueden causar nuestras propias palabras no tiene límites.

La historia de las cortaduras puede significar "necesito atención" o quizás "necesito ayuda". La persona que se corta no quiere matarse, pero si quiere que se le preste atención, que se le escuche. Es importante saber lo que estamos haciendo, pero más importante es saber por qué lo estamos haciendo. Nadie se comporta mal porque sí y si nos cortamos es porque sentimos que hay algo positivo en el acto. Así como los desordenes alimenticios se usan para aliviar la pena interna, el acto de cortarse o quemarse tiene el mismo fin: ayudar al individuo a tratar con esa pena interna. La auto-mutilación es probablemente la menos entendida de las formas de autodestrucción y hay muchos mitos asociados con ella, lo cual hace que la gente se sienta avergonzada de pedir ayuda o de hablar sobre ello. Muchas de las personas que se cortan son perfeccionistas y no son capaces de manejar sentimientos intensos, tampoco saben describir sus emociones verbalmente, no les gustan su forma de ser o su cuerpo y pueden experimentar cambios en el humor muy repentinos. Pueden cortarse como una manera de expresar sus emociones y sentimientos, o como castigo.
(...)
La gente me da miedo: no quiero contar porque sé que no van a entender. Sé que no puedo escribir todo lo que me pasa porque no hay palabras existentes para describirlo. Nadie va a entender jamás lo que me pasó. Ojalá tuviese videos, ojalá pudiese entregar a cada persona que entra en mi vida un disco con mis datos. Ojalá, así nadie se decepcionaría, así nadie crearía demasiadas expectativas conmigo. No, no soy brillante ni la mejor, no soy la más coherente tampoco. Soy poco y de lo poco que soy poco entiendo.(...)De muchas cosas jamás me recuperaré, otras tantas las olvidaré con el tiempo. Cada una de ellas me ha dejado una marca. Él me pide que use cicatrizante para sacarme las marcas en los brazos: yo quiero que esas marcas se queden. Las ciento un marcas de mis brazos, los miles de dolores que me trajeron sangre: no voy a olvidarlos. No quiero que las marcas se vayan. Se irán sí con el tiempo, sí con la desmemoria, si con el aprendizaje. No las voy a eliminar, se irán de a poco, a su debido tiempo.
Y otros muchos fragmentos que incluiría, pero el libro tiene cerca de 350 páginas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

http://abzurdahcielolatini.blogspot.com/

aca tenes el libro gratis para compartirlo con tus amistades.
YA NO NECESITAN COMPRARLO.

SALUDOS.

AH! y tengo el blog de alejo por si te interesa.

http://alejoreload.blogspot.com/

son dos, el otro buscalo en su perfil MEDICENALEJO se llama.

bueno ok, me debes una.
saludos.

DIVULGALO

anonimos.

Dhanaev dijo...

Querida Miranda:
Dura la lectura, aunque tan sólo se trate de algunos fragmentos.
Algún día lo leeré, pero soy realista, estoy en una época de mi vida que prefiero cosas menos "reales"

(Espero que todo vaya bien tesoro)

Besitos y ánimo

Anónimo dijo...

Hola Mirandita:

Yo lo leí igual que tú, compulsivamente. Creo que tardé unas 5 horas...

Lloré mucho. Quizá no es una obra maestra de la literatura, pero esa chica ha sido capaz de hacer público el sentir de una persona con problemas similares a los nuestros (aunque quizá en su caso, magnificados). Leyéndolo me di cuenta que tengo que dar gracias porque al menos no he llegado a tratar de quitarme la vida, porque aún tengo muchas cosas hermosas que me atan dulcemente.

Un besin y gracias por haberme hecho conocer el libro.

Patita dijo...

Hola cara guapa!! que tal te va todo? yo tengo muchas ganas de leer ese libro, no se si esque soy morbosa o que, pero me van este tipo de casos, ya sabes. Ayer, como no me dormía, hojeaba "Cuando comer es un infierno", y se me siguen poniendo los pelos de p unta cuando leo algunas cosas.
Que decirte, pues queme noto rara conmigo misma, que a veces no se ni como soy, o se que no soy yo, me lio muchisimo. Tengo ganas de tener una mente libre... se puede??
besos mi niña