miércoles, 21 de abril de 2010

Informe

Queridas lectoras y lectores:

llevo un tiempo sin mostrarme en el blog, sin compartir palabras, imágenes ni experiencias. Está siendo un período de reflexión interna y de actividad continuada -incluído los descansos... Parte de ese trabajo contínuo es un triple trabajo que quien esté o haya estado inmerso en el proceso de una terapia psicológica, conocerá bien. Lo llamo triple porque resumiendo y, a mi modo de ver, consiste en tres pasos: observarse y darse cuenta de actitudes y comportamientos de uno mismo -vienen de la mano, la segunda como consecuencia de la primera-, decidirse a enfrentarse y buscar modos de hacerlo y, paso final, hacer frente a aquello que no hemos querido o no hemos podido enfrentarnos hasta ese momento. Las cosas a enfrentar pueden ser muy "tontas", por ejemplo, darle a uno vergüenza pedir la hora a un desconocido, o muy importantes, como atreverse a dar la opinión o a enfadarse.

He de decir que estoy muy contenta con el trabajo de mi terapeuta, porque me ha permitido trabajar a mí. Ya me lo dijo al principio: "yo no te voy a decir qué hacer. Las soluciones las encontrarás tú misma, porque están en ti". Y así es. Así ha de ser, creo yo, para que realmente se lleven a cabo, porque cuando uno ve las cosas y ve una, o varias, posibles soluciones adopta la que quiere, la que más le gusta o la que más le convence, y estando convencido de ella resulta mucho más fácil defenderla, realizarla. Así en abstracto y si no se conoce en propia persona lo que relato, puede parecer difícil o incomprensible, pero en la práctica acaba por resultar natural.

He tenido que currar, de eso no hay duda, y me regocijo al recordar que me haya dicho que estoy hecha una curranta. Tampoco ha sido así desde el primer día. Han sido meses de introspección, de lecturas del pasado y el presente desde numerosos flancos, acudiendo una y otra vez a lo largo de las sesiones en los mismos temas; sesiones de lágrimas y de quejas, también de silencios.

Ha resultado que no me permitía ciertas cosas, bastantes diría yo, de bastante importancia, que me coartaban en la vida cotidiana, fuera y dentro de casa. No me permitía, por ejemplo, enfadarme. Y ha sido fastidiado enfrentrme a ello. Todavía lo hago, cada vez con un poquito más de soltura, y alguna vez se me escapará a la consciencia y puede que no me lo permita. ¿Sabéis qué me decía? Que me daba rabia. Vaya, para mí sentir rabia era que estaba enfadada, pero nunca lo identificaba así, aún me cuesta. Y os podéis imaginar la sorpresa de los que tengo a mi alrededor cuando me han visto enfadar. Les parecía muy raro, claro. ¡A mí también! Pero ha merecido la pena. Ha merecido y merece. Yo pensaba que me iba a poner como una energúmena a gritar y, tal vez, a tirar cosas, pero no ha pasado. Y si pasase, me lo permitiría también. Cuánto autocontrol...

Cuando empecé la terapia, nunca pensaba que fuesen a salir cosas así. Mas resultó que han salido muchos no-permisos a mí misma. Algunos sí los permitía a los demás, otros no. Tenía, por tanto, menos tolerancia hacia opiniones o actitudes distintas a las mias. ¡Ja, yo que siempre me había creído bastante tolerante!

También salieron, y siguen saliendo, algunas obligaciones autoimpuestas y, junto a ellas, unas altas expectativas que, por haberme autoimpuesto, no cumplía y que me hacían sentir tremendamente frustrada. Aún estoy trabajando en ello.

He ganado seguridad y confianza en mí misma. Y han sido muchas las causas que han ayudado y contribuído a ello; con una sola no lo habría logrado. Aunque sí puedo decir que observar y permitirme abrir la mente tanto a cosas malas como a cosas buenas de mí misma ha ayudado de forma decisiva. Cuando hablo de cosas buenas y malas sobre mí misma, me refiero a aquellos piropos, por ejemplo, que no aceptaba: qué buen trabajo, qué guapa vienes hoy, qué bien te ha quedado... X cosa. Normalmente lo achacaba a la casualidad: "habrá sido tal cosa", "es que fulanito me lo dejó muy bien para terminarlo", etc. Y también a aspectos que no me gustaban por parecerme malos, por ejemplo, equivocarme -y en esto tengo que seguir poniendo energías-, pues tiendo a sentirme atacada (y fatal, porque "he fallado", "lo he hecho mal", etc.) y a buscar excusas cuando en realidad resulta más práctico analizar lo que me dicen y ver cómo puedo mejorarlo para la próxima vez.

Han salido en la terapia miles de cosas; bueno, decir miles es exagerar, docenas sería más correcto, más ajustado a la realidad. Han surgido temas ligados a la familia que me han permitido entener mejor mi comportamiento y mis actitudes, y también el comportamiento de mis padres, por ejemplo.
Fue muy importante el factor "hija única" y quiero señalarlo para, nuevamente, contribuir a desterrar el tópico de los hijos únicos, que siempre se piensa que tenemos todo: todo lo "bueno" entiende el tópico, pero es que todo también engloba todo lo "malo".

Podría seguir escribiendo, pero prefiero terminar con una reflexión sobre por qué no escribo en el blog, a parte de la obvia falta de tiempo. Una de las necesidades que yo tenía era entender los Trastornos de Alimentación. La verdadera necesidad que se encontraba bajo esa era entender por qué yo lo tenía, algo que se ve en terapia, en un cara a cara con un terapeuta y con uno mismo. Entenderéis que, investigando en mi caso particular, poco podía añadir a todo lo general aquí escrito. Es un proceso de dolor, muy íntimo, que no tenía demasiadas ganas de compartir en esos momento. Mi caso personal, además, era para mi fortuna, leve en lo que a síntomas se refiere (o así lo veo yo a día de hoy) y todo lo que estaba enterrado bajo ellos, como debe de suceder en muchos o en la mayoría de los casos, nada tenía que ver con comer o estar gordísima/delgadísima, hasta el punto de que un día te das cuenta de que apenas piensas en esas cosas y que no ves relación. Bueno, eso es lo que me ha sucedido a mí y por eso me cuesta tanto ponerme a hablar de ello. He sentido ganas de compartirlo y he tenido algún momento bajo en los que quería pedir ayuda; sin embargo, siguiendo mi estilo -a mejorar- del silencio, he mantenido la cocción de la terapia en mi interior. He tenido menos ganas de escribir sobre ello que nunca; sí me apetecía, pero por alguna razón he preferido conservarlo en mi cabeza. Quizás porque sea más fácil olvidarlo, quizás porque eran pensamientos rápidos que iban de una idea a otra y me costaba poner orden. Había bastante caos, pero era un caos necesario. Imaginad una habitación repleta de muebles y armarios llenos, todo ordenado casi meticulosamente, en la que tienes que buscar varios objetos que no sabes dónde están. Pues digamos que he tenido que sumergirme en cada armario, en cada estantería y en cada cajón, buscar debajo de las mesas y las sillas; en resumen, ponerlo todo patas arriba. En esa búsqueda he encontrado recuerdos, unos mejores y otros peores, algunos que desconocía y otros que girado y tumbado para verlos desde otro ángulo y apreciar cosas nuevas. Después hay de encontrar todo eso, empieza uno a poner orden, pero muy poco a poco, y ahora coloca las toallas en otro armario y saca el florero y lo exhibe sobre la mesa, se piensa si ponerle una funda a la silla, etcétera. Creo que entenderéis la metáfora. Ahora -¡creo!- estoy en ese momento de poner un nuevo orden, de probar cuál me gusta más y de aceptar que hay toallas muy viejas, libros que no me gustan y aún así seguirán conmigo, y flores que me gustaría adquirir para adornarlo con un toque más actual, más fiel a mi nuevo orden.

Lo voy a dejar aquí, creo que es el momento para no delirar más... (jajaja)

1 comentarios:

Violeta dijo...

¡Hola Miranda!
Me gusta mucho lo que has escrito (como de costumbre). Creo que resumes muy bien lo que es una terapia. En la mayoría de las cosas coincide con lo que yo he vivido en la mía. Me alegro de que te esté yendo tan bien. :) Por curiosidad: ¿qué tipo de terapia o de terapeuta es?

Por cierto, yo también uso la 42 (aunque yo he llegado a ella desde arriba). A lo mejor sería interesante preguntar en una tienda si es que es una talla muy común o es que no piden suficientes (cosa que me extrañaría porque las tiendas piden lo que más venden, digo yo, vamos).
¡Un beso!