jueves, 19 de julio de 2007

La impaciencia del saber esperar

Saber esperar, dar tiempo al pastel para que leude en el horno y se cueza hasta estar listo, es algo que no todos sabemos hacer. Podemos aprender, eso sí.
A menudo he dicho y escrito "hay que tener paciencia". ¡Qué sencillo, lógico y racional es afirmar algo tan verdadero, y qué difícil y complicado se torna llevarlo acabo!

El sastre más mentiroso del mundo, Antonio Más Morales

Leyendo aquel libro de Natalie Goldberg que mencioné en alguna entrada anterior, he recordado de nuevo la importancia de la paciencia -o de la impaciencia, según se mire-.
¿Por qué lo he recordado? Bueno, es una idea que acude a mi mente con cierta frecuencia, porque sé la importancia que tiene en mi vida y en la vida de tantas y tantas personas, y porque, en cierto modo, es la clave para conseguir un objetivo.
No habla la autora de la paciencia de forma directa, sí como una segunda idea; ella plantea la necesidad de que pase el tiempo, de madurar los pensamientos y los sucesos: podemos hablar de una ruptura amorosa en el momento en que la vivimos, pero sólo después de un tiempo podremos zambullirnos en los sentimientos, en la situación y las circunstancias de entonces de una manera tal que podamos explicarlos y hacerlos comprender, pues, lo normal, es que cuando la vivimos nos "ahoguemos" en los sentimientos y no seamos capaces de expresarlos. Lo que hace falta, diría yo, es poder salir fuera de la situación, verla, entenderla y analizarla desde fuera, como si de una tercera persona se tratara. Para poder hacer esto hay que darse tiempo, seguir con la vida y tener la paciencia suficiente para esperar a que llegue ese momento. De ahí que me haya acordado de la importancia de la paciencia y la impaciencia.

Hace falta algo de tiempo para que la experiencia vivida consiga penetrar la consciencia. (...) Nuestros sentidos, por sí mismos, son mudos. Ellos absorven la experiencia pero ésta, para poder mostrarse en toda su riqueza, tiene que pasar previamente la criba de la consciencia y del cuerpo.

Así lo explica Natalie Goldberg (El gozo de Escribir, 2000)

El libro está dedicado al arte de la escritura, pero, qué duda cabe, escribir es vivir; es contar lo vivido, y sólo podremos contar aquello que haya pasado a nuestro consciente, aquello que podamos observar sin estar dentro pero habiendo estado en su interior y sabiendo lo que entonces sentíamos.

"La paciencia es la madre de la ciencia" se dice en muchas ocasiones, queriendo expresar que el tiempo y la perseverancia consiguen alcanzar los objetivos.

Drama en el mantel, Antonio Más Morales

Hace como un mes hablaba con una amiga sobre esto. Ella tenía (y aún está inmersa en ello) un trastorno alimenticio; se daba cuenta de que quería el cambio YA, de forma casi instantánea y radical, como acostarse enferma y levantarse curada. Lo cierto es que todo en la vida exige tiempo para desarrollarse y evolucionar (¿cómo si no puede ser que fuesemos monos en su día y ahora seamos "tan" distintos?). Le puse un ejemplo que ella entendió bien: queremos hacer un pastel. Nos levantamos una mañana y nos apetece hacer un pastel. ¿Es suficiente sólo con pensar que queremos hacerlo para conseguirlo? Para tener ese pastel acabado, poder invitar a un amigo o amiga a probarlo, para olerlo o simplemente para hacerle una foto y tirarlo a la basura (cada uno es libre de hacer lo que le apetezca con él), tenemos que seguir varios pasos, pequeñas metas en sí mismas que si no alcanzamos no se convertirán en el pastel final, ese objetivo último tan codiciado.
Primero hemos de coger uno o varios libros, o revistas de cocina o repostería y buscar la receta. Una vez que la hemos elegido (paso 2), buscaremos los ingredientes en casa (paso 3) y bajaremos al supermercado a comprar los que nos falten (paso 4, que a su vez engloba otros pasos: vestirnos, coger el monedero, salir de casa, ir a la tienda, buscar esos ingredientes, pagarlos y volver a casa). Una vez los tengamos todos, tendremos que medirlos (paso 5) y mezclaros siguiendo los consejos de la receta (paso 6, para el que habremos tenido que sacar un peso, un vaso o unas cucharas medidoras, así como todos los utensilios de cocina necesarios). Después verteremos la mezcla (paso 8) sobre un molde ya engrasado y enharinado (paso 7). Previamente tendremos que haber encendido el horno, o quizás lo encendamos ahora si tenemos que esperar a que leude antes de introducirlo en el horno. Por último (paso 10), lo introduciremos en el horno hasta que esté en su punto. Y después de este últilmo paso tendremos que sacarlo, esperar a que se enfríe y, después, desmoldarlo. Entonces podremos adornarlo y servirlo.
Podremos contar a quien nos pregunte cómo lo hemos hecho, algo que sólo sabremos contar una vez cumplidos todos los pasos. Entonces, sólo entonces y después de horas de trabajo, esfuerzo y de poner blanco el suelo negro de la cocina por el efecto de la harina y el azúcar, podremos decir que hemos hecho el pastel, que hemos alcanzado nuestro objetivo primero, que, en realidad, era el último de todos y estaba compuesto por muchos pequeños objetivos, tan necesarios como imprescindibles.
Lo interesante es que al hacer un pastel sabemos que nos va a llevar tiempo y que vamos a tener que seguir unos pasos, porque de lo contrario el pastel no saldría, se quedaría en "ganas de" o en una mezcla cruda y llena de grumos; mientras que cuando se trata de cosas más abstractas como estudiar para un examen, reponerse de un resfriado o curarse de una enfermedad (como es un trastorno de alimentación), sólo pensamos en el pastel final, en lo brillante que será la guinda que lo corone y la alegría de verlo acabado.
Pero, ¿qué ocurriría si nos trajesen el pastel de pronto? ¿Sentiríamos esa misma alegría? ¿sabríamos cocinar otro igual? ¿podríamos dar la receta? ¿pensar cómo mejorar el resultado final o cómo cambiar algún ingrediente para darle un sabor diferente?

El espagueti que no quería serlo, Antonio Más Morales

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por esta reflexión. No sé por qué nunca lo había pensado desde este punto de vista...y al leer lo que has escrito me parece haber descubierto algunos de los porqués de que mi vida sea tan triste. Tengo bulimia desde hace tiempo, y creo que mi impaciencia por todo me ha hecho llegar incluso a la enfermedad, la impaciencia por estar delgada, me hizo ponerme dietas extrictas y la impaciencia me hizo llenarme de ansiedad y comer y comer y vomitar, porque era lo más rápido y "facil".
Me ha pasado siempre,todo lo he querido "ahora o nunca" y no me he dado cuenta de que para todo en la vida hay que esperar, dejar madurar las cosas para que sean mejores...

Un saludo y te animo a seguir con el blog, es muy agradable leerte!:)

Miranda dijo...

Hola, anónima, bienvenida al blog.

Me he sentido impaciente en muchas ocasiones; sin embargo, siempre he defendido la necesidad de "dar tiempo al tiempo", de tener paciencia con una misma.

Lo cierto es que me alegra saber que lo que escribo ayuda a los demás a entenderse o que les anima a... no sé, sentirse más cerca de uno mismo.

Hay muchas personas, imagino que todos en algún momento, que quieren las cosas YA y que son blanco o negro (es decir, son o no son, se tienen o no se tienen, ya o nunca), no es algo únicamente nuestro, de quienes sufrimos un trastorno de alimentación. Pero sí es cierto que, después de mucho repetir "hay que tener paciencia" al menos dos personas me han dicho: "es cierto, hay que tener paciencia para recuperarse". Imagino que la paciencia es importante para muchas cosas en la vida y, cómo no, para recuperarse.
Te animo a que vayas buscando y consiguiendo esos pequeños e importantes pasos que son imprescindibles para llegar a poner la guinda al pastel.
"Nunca es tarde si la dicha es buena" y no hay tropiezo tras el que una no pueda levantarse.
Seguro que poco a poco la tristeza se va alejando de tu vida y va haciendo acto de presencia durante más tiempo la alegría. Eso sí: "¡paciencia!".

Un saludo.