jueves, 26 de julio de 2007

El papel del padre y de la madre

Las figuras del padre y de la madre son sin duda las más importantes en el desarrollo de toda criatura. Transfieren a los hijos multitud de elementos, desde el idioma y la cultura hasta la forma de comportarse ante determinadas situaciones. Aquí en esta entrada vamos a comentar brevemente, y teniendo como fuente un libro ya citado en este blog Alimentación emocional, de Isabel Menéndez, la función específica que tienen quienes actúan como padres en el desarrollo de los hijos.



Todo niño necesita de dos personas de referencia para desarrollarse lo mejor posible. Generalmente son el padre y la madre. No es estrictamente necesario que sean los padres biológicos de la critura, como tampoco es necesario que la persona que actúe como padre sea éste estrictamente; podría ser un novio, un tío o un abuelo.

Leyendo sobre esto he llegado a entender por qué hay quien se opone a que los matrimonios homosexuales tengan hijos: aunque no siempre tiene por qué ser así, lo más común es que los dos miembros de la pareja tengan un papel muy similar, que no haya difrencia entre el padre y la madre.
(Sólo es una reflexión, que quizás no compartáis conmigo; con la explicación que hay a continuación quizás entendáis por qué lo digo. Aún así, es posible que me equivoque.)


Desde el momento en que nace, quizás antes, el bebé se siente uno con la madre, se identifica con ella. Por eso cuando la madre está nerviosa transmite nerviosismo a su bebé y cuando está alegre y disfruta, éste siente lo mismo. En el caso de los trastornos de alimentación destacan los sentimientos de la madre a la hora de alimentar a su hijo/a (tensión, calma...): la alimentación física del bebé va unida a la alimentación emocional que recibe en esos instantes (cariño, alegría, felicidad, tranquilidad...). De igual forma, lo que recibimos inconscientemente cuando somos nosotros el bebé, lo recreamos con nuestros propios hijos, llegando incluso a recrear los conflictos que teníamos con nuestra propia madre (comprensión, crítica, exigencia...).

Pero toda persona alcanza una etapa, entre los tres y los cinco años, en la que ha de separarse de su madre; es aquí donde entra en escena una tercera persona, a quien solemos llamar padre y que, curiosamente, es introducido por la madre. Esta figura tiene la importante tarea de facilitar o propiciar esa separación entre la madre y la criatura. Es una separación que permite el desarrollo de su propia identidad (sexual y humana) y, por tanto, su forma de enfrentarse al mundo. Escribe Isabel Menéndez que el padre "Cumple una función que sirve para ordenar el psiquismo y afirmar la identidad" y que "La paternidad está más cerca de la psicología que de la biología". De no existir esta figura puede ocurrir que el hijo/a quede en una situación de sometimiento o dependencia hacia la madre, al no haberse independizado de ella.

En este período se producen distintas actitudes en los hijos. Por un lado, aprecian que la madre tiene otros deseos que él/ella no puede llenar, y que es deseada por otra persona: el padre. En este sentido, la función de padre-madre debe estar unida y ser compatible con la de ser pareja. Así, el hijo siente que puede independizarse. Por otro lado, los hijos comienzan a buscar una persona que le dé aquello que no le da la madre, pues ella es generalmente quien les pone límites (en tareas, actividades y comportamientos). En el caso concreto de las niñas, éstas tornan hacia el padre, pareciendo a veces que le prefieren a él. Es un momento en el que las las hijas tienden a idealizar al padre, fijándose y dirigiéndose a él.

Para que la separación y el cambio que ésta produce sean positivos y no traumáticos tienen que darse dos condiciones: que la madre lo permita, sin sentir celos de la hija; y que el padre -sea quien fuere- esté preparado para soportar las proyecciones de su hija sobre él y para ofrecerle las herramientas necesarias para que ésta tenga una buena relación con su identidad como mujer y con su cuerpo.

¿Qué puede ocurrir de no ser así? Que surgan problemas con la comida: la hija volverá a la madre e intentará solventar los problemas con la comida; o, si la madre considera a su hija como una amenaza, tenderá a tratarla siempre como una niña, con la consiguiente dificultad que supondría ésto para la hija.

Otras veces son los hijos quienes no asumen la separación de la madre; y en otras ocasiones el desarrollo y los cambios físicos de la pubertad no son aceptado psicológicamente por el hijo/a, lo que les lleva a volver a la madre y a expresar su rabia por esta nueva dependencia mediante el rechazo de la comida o mediante ingestas excesivas que les hace engordar sin control.



Más sobre el padre

El padre, o persona de función afín a éste, completa el alimento afectivo que recibe el niño/a. Si éste falta o no fue adecuado, los conflictos con esta figura tienden a ser compensados con la comida. La mirada del padre es fundamental en la sexualidad de los hijos. Su actitud puede afectar negativamente cuando el padre parece competir con el hijo o exigirle ser un "macho", mientras en el caso de las niñas, las miradas de indiferencia o de atracción hacia ellas, hará que no se sientan queridas. Por otro lado, el giro de las hijas hacia el padre puede conllevar en muchos casos el deseo de complacerle, ya sea mantiéndose sumisa a sus consejos y aspiraciones, o haciéndose la fuerte cuando el padre desea a una hija segura de sí misma; esta actitud marcará a la hija, que se situará donde más le gusta al padre, sintiéndose más o menos a gusto con su cuerpo según los comentarios y miradas de éste hacia ella (aceptación, indiferencia, rechazo).

Isabel Menéndez nos menciona algunos "tipos" concretos de padre: el que controla en exceso y está presente en todo, sin dar margen a sus hijos para que confíen en sí mismos (apunta la autora que generalmente quien ejerce el autoritarismo es porque no puede ejercer la autoridad); el padre desvalorizado, frágil, que produce una sensación de desamparo difícil de superar; el padre ausente, ya sea por ausencia física (en cuyo caso la madre puede sustituir su función), porque la madre impida el acercamiento de éste a sus hijos, o porque no tenga la suficiente fuerza para actuar como padre; y el padre adecuado, aquel que "es sensible a las necesidades afectivas de su hija y cumple su función con éxito". La importancia del padre es tal que llega a verse reflejada en las relaciones de pareja.

La importancia de esta etapa de la vida, de estos cambios y esta separación reside en que los problemas que puedan surgir en este momento de la vida, de no ser resueltos, volverán en la etapa adulta de quien los haya vivido. La terapia, entonces, será la mejor solución. Asimismo, cuando la figura del padre no existe, la terapia psicológica ayuda a los hijos a que adopten su autonomía y desarrollen su propia identidad, su forma de estar en el mundo.

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